No la dejes a Juana…
- ¿Qué dices? ¿Cómo sabes tú lo de Juana?
- No importa eso, pero me enteré y me parece que si la dejas, te arrepentirás.
Pereira la miró con indiferencia y siguió tomando el café como si nada. Esto la alteró a Luisa más de lo que ya estaba, así que se inclinó un poco hacia adelante y levantó el tono.
- Mira, Pereira, escúchame una cosa. Si tú me preguntas si escribir es lo único, si es lo más importante, si se te ocurriera preguntarme algo como eso, yo te diría, con absoluta falta de convicción, que no es así. Te diría que si escribes, estás timoneando un montón de palomas y escaramujos hacia dos pares de testigos inútiles…
- ¿Y qué carajo tiene que ver eso con la Juana?
- (…)Si hablas de esto y lo otro, y después lo escribes, es porque te invadieron las pesadumbres mucho antes de querer contarnos nada a nosotros, y porque los cadáveres te pesan más que Botero y su colección completa; significa que la realidad te cogió por las bolas y eso te tiene aprisionado, sin respiro… Es entonces el proceso inverso, la escritura, un karma, una consecuencia de algo, no el origen. Eso sin contar que si no te has bañado y no has comido, el que te pongas a escribir no va librarte de tu hambre ni tu sed, irracional y depredadora. Las entrañas son menos metafísicas y más exigentes. Así que, óyeme bien, escribir no te va a salvar la vida, no te sacia ningún apetito, ni te protege de ningún demonio – tomó un sorbo de bebida - Debo agregar ahora, que después de decirte eso y mirarte con reprobación, probablemente creería la afirmación tácita de tu pregunta, porque yo, así como me ves de sensata, no he dejado de escribir un puto día desde que comencé.
- Te creo.
- Hombre, así es la cosa… - Se subió las mangas del chaleco y se echó hacia atrás descansando la espalda - si la dejas, si te decides por irte, a mi hermana le va a venir un síndrome. Créeme, no te la vas a poder con la culpa y te vas a poner a escribir, borronear, ensayar, y te vas a ir perdiendo en cada nueva abstracción, cada idea que baje de tu cabeza hacia esos dedos pulposos, y te digo que todo es peor, no vas a volver a recuperar tu vida, porque todo es peor. Aunque escribir sea absolutamente necesario.
- ¿Y qué le decías tú a Eduardo antes de que te dejara? ¿Le venías con un cuento del tipo? Sé bien por Dominique, con quién me encontré el otro día de vuelta de la clase - y con la que conversé de variados temas, ya ves como no le para la lengua- que fue él quién terminó contigo...y me contó que aún no te has olvidado de él
- Sí, ya lo sé. Lo típico de las historias; pero lo que pasa es que cuando el amor se acaba, se acaba. En todo caso, lo mío con Eduardo era distinto a lo tuyo con Juana, no iba a intentar convencerlo, porque significaría apretar su masculinidad hasta el punto que de rebote se aleje de sus pantalones, hubiera tenido que dejarle creer que confío en su juicio inmoral ante los periodistas y las dictaduras, que le soporto sus mañas (que son más que eso Alfonso, lo vieras cuando habla de literatura) y que me compró su amor por las poetas ordinarias y poco productivas, poco fértiles además… como yo.
- Que sádica, Lucha, no te entiendo cuando te pones así.
- No es sadismo, es menos confrontacional e insurgente que meterse o meterte un platano por el trasero, es una ironía. Te digo nomás, que la cuides a mi hermana porque no tarda en encontrar a otro poeta maldito apenas te alejes a conquistar tus azares, y la vas a echar de menos tanto que no vas a poder respirar bien. Y si aún más deprimente, coges unos papeles y anotas todo, más perdido vas a estar. Culpa de los egos.
- Que batalla más peleada esa, entre tú y yo
- Así somos los escritores. Puro ego
- ¿Qué dices? ¿Cómo sabes tú lo de Juana?
- No importa eso, pero me enteré y me parece que si la dejas, te arrepentirás.
Pereira la miró con indiferencia y siguió tomando el café como si nada. Esto la alteró a Luisa más de lo que ya estaba, así que se inclinó un poco hacia adelante y levantó el tono.
- Mira, Pereira, escúchame una cosa. Si tú me preguntas si escribir es lo único, si es lo más importante, si se te ocurriera preguntarme algo como eso, yo te diría, con absoluta falta de convicción, que no es así. Te diría que si escribes, estás timoneando un montón de palomas y escaramujos hacia dos pares de testigos inútiles…
- ¿Y qué carajo tiene que ver eso con la Juana?
- (…)Si hablas de esto y lo otro, y después lo escribes, es porque te invadieron las pesadumbres mucho antes de querer contarnos nada a nosotros, y porque los cadáveres te pesan más que Botero y su colección completa; significa que la realidad te cogió por las bolas y eso te tiene aprisionado, sin respiro… Es entonces el proceso inverso, la escritura, un karma, una consecuencia de algo, no el origen. Eso sin contar que si no te has bañado y no has comido, el que te pongas a escribir no va librarte de tu hambre ni tu sed, irracional y depredadora. Las entrañas son menos metafísicas y más exigentes. Así que, óyeme bien, escribir no te va a salvar la vida, no te sacia ningún apetito, ni te protege de ningún demonio – tomó un sorbo de bebida - Debo agregar ahora, que después de decirte eso y mirarte con reprobación, probablemente creería la afirmación tácita de tu pregunta, porque yo, así como me ves de sensata, no he dejado de escribir un puto día desde que comencé.
- Te creo.
- Hombre, así es la cosa… - Se subió las mangas del chaleco y se echó hacia atrás descansando la espalda - si la dejas, si te decides por irte, a mi hermana le va a venir un síndrome. Créeme, no te la vas a poder con la culpa y te vas a poner a escribir, borronear, ensayar, y te vas a ir perdiendo en cada nueva abstracción, cada idea que baje de tu cabeza hacia esos dedos pulposos, y te digo que todo es peor, no vas a volver a recuperar tu vida, porque todo es peor. Aunque escribir sea absolutamente necesario.
- ¿Y qué le decías tú a Eduardo antes de que te dejara? ¿Le venías con un cuento del tipo? Sé bien por Dominique, con quién me encontré el otro día de vuelta de la clase - y con la que conversé de variados temas, ya ves como no le para la lengua- que fue él quién terminó contigo...y me contó que aún no te has olvidado de él
- Sí, ya lo sé. Lo típico de las historias; pero lo que pasa es que cuando el amor se acaba, se acaba. En todo caso, lo mío con Eduardo era distinto a lo tuyo con Juana, no iba a intentar convencerlo, porque significaría apretar su masculinidad hasta el punto que de rebote se aleje de sus pantalones, hubiera tenido que dejarle creer que confío en su juicio inmoral ante los periodistas y las dictaduras, que le soporto sus mañas (que son más que eso Alfonso, lo vieras cuando habla de literatura) y que me compró su amor por las poetas ordinarias y poco productivas, poco fértiles además… como yo.
- Que sádica, Lucha, no te entiendo cuando te pones así.
- No es sadismo, es menos confrontacional e insurgente que meterse o meterte un platano por el trasero, es una ironía. Te digo nomás, que la cuides a mi hermana porque no tarda en encontrar a otro poeta maldito apenas te alejes a conquistar tus azares, y la vas a echar de menos tanto que no vas a poder respirar bien. Y si aún más deprimente, coges unos papeles y anotas todo, más perdido vas a estar. Culpa de los egos.
- Que batalla más peleada esa, entre tú y yo
- Así somos los escritores. Puro ego
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