Agosto

Seguro no escribimos historias largas porque es más difícil. Es como poner la música en el fondo, esperarla sentado, después babosear la melodía haciéndonos los duchos, aún cuando sabemos que no es sino más de lo mismo… Montié dijo eso sin dejar de revolver el café y caminó hacia el comedor mientras Lole lo seguía. Aún cuando estaba de espaldas a ella, sentía sus ojos enfurecidos atravesándole el dorso; presintió su dolor aunque ella no quisiera; la veía absorta en su indeterminación, asqueada del nihilismo de él. Tú te escondes porque sin ninguna duda - dijo Lole- le temes a aquello que viene con el tiempo. Eres como una montaña encogida, jorobada por el esfuerzo; un petit géant, una gema enlodada, ¿Te sientes a salvo bajo aquella máscara ajada? Pues no lo sientas, no te acomodes, aquellos diabólicos infortunios, esos momentos fantasmales, te dejan al descubierto. Lo alegórico nunca se salva, Montié… Cortó la frase a la mitad, él dejó el café sobre la mesa, una risita irónica y tres pasos hacia ella con una rapidez extranjera, tomó su rostro y la besó violentamente, confirmando su odio, dándole razón a su enojo justificado. Ella se zafó negándose a ser poseída, los ojos rojos ahora verdes, las manos crispadas de tanto empuñarse para no pegarle. Él la dejo irse, le dejo creer que la dejaba irse, le dejo creer que le dejo dejarle creer que la dejaba irse. Una vez que la distancia era suficiente, bajó la vista, se apoyó en el mesón que aplastaba el parquet, tomó un sorbo del café preparado segundos antes de que explotara lo dócilmente acallado. Luego levantó la vista, la taladró con la mirada. Lole, prometimos irnos, ¿Recuerdas?- La voz ahora le salía tierna, emancipada - Nunca dejaríamos que esto pasase… El amor es algo sublime, maravilloso, es lo único de lo que podemos aferrarnos, tu padre, sus golpes; mi vacío antes de conocernos, lo inútil de la perfección de mi vida, lo útil de la imperfección de la tuya… nosotros, yo, tu, íbamos a salvarnos antes que todo eso nos comiera como una albacora, como un rollizo intérprete encaprichado con las tragedias, si aquello, si esto, nos ganaba, íbamos a alejarnos… ¿Eso quieres? Ahora me estás pidiendo eso con la mirada, con el cuello doblado de esa forma – Lole se enderezó – tu sabes qué significa tu moralizante y escueta rogativa, si quieres que me vaya ahora, lo hago, es preferible a la mierda que esto preludia… Montié la miró impaciente, observó como ella cogía un jarrón de finura exquisita, amagaba un lanzamiento y luego lo dejaba en su lugar. El odio ahora traspasaba las paredes, se fundía en los cuadros surrealistas a medio caer, se refugiaba en la mirada de ella, dándole la hermosura de la que escriben los que escriben. Mira en lo que has querido convertirme, ácaro insignificante … sabes que no soy, que nunca he sido, por más que mi padre me obligara una y otra vez con sus bastonazos, por más que Joet quisiera exigirlo con su penetración sudorosa, aún después de todo eso sabes que lo común no me viene, que detesto a las mujeres como ella y como la otra, decididas a adueñarse del que huye como correcaminos de un coyote preñado, como Goliat de David sin honda, la pérfida hermanastra perdida… Me da lo mismo con quien te acuestas, con quien duermes, a quien le besas la coronilla diciéndole: “any colour you”, no necesito llorar porque tocas su cuerpo mejor o peor que el mío, porque piensas en ella mientras ves una película de lo que sea… Tú sabes, idiota, que ese jarrón no tocaba el piso por más que lo desearas, porque así podías ponerme tranquilamente el antifaz del hembrismo, husmearme y decirme en celo, encubrirme llevándome a tu lado de lo temible. Dices, Lole, ¿Qué esto es cuestión de egos? No lo digo yo, así es, no te jactes de mirar la vida si después te niegas a reconocerla… te enamoraste de mi por eso, ¿no? Aunque no sé si podemos hablar de amor, sabes que a nadie le digo que me enamoré de vos… tú ves la intelectualidad de todo, lo racional en la forma de amarnos, menos el sexo, tú mismo dices… cuando los sentimientos se nos escapasen de las manos aquí terminaba todo. No me culpes a mí ahora por seguir tu libreto inventado, por actuar el guión como me lo pedís… estúpido, no lo ves, no hay remedio. Montié no le respondió, porque sabía que ella tenía razón. Fue a la pieza y se sentó en la cama, agachó la cabeza y la apoyó en sus manos, mientras lloraba. Después los ríos, caudillismos indomables, sus lágrimas como vasos llenos de extractos de mar derramados, es que cuando lloraba siempre dejaban la casa de Lole húmeda y pegajosa, tal como ella lo imaginaba cuando espiaba su pasado. La rodilla de ella aprisionándole el costado, su cabello recorriéndole la espalda mientras lo besaba. ¿Sabías que terminaría hoy día? Lo digo porque te veo tan arreglada, tan dispuesta, estás hermosa, sabes, como siempre… pero hoy tienes algo distinto, no sé si es imaginación mía, tal vez me lo dijeron los muertos… No te asustes, pequeña, sabes que hablo de los muertos que me rodean… ¿No los conoces? Adivinaste, supiste de ellos apenas me viste, ¿no es cierto?… por eso te amé, si te amé, te amo, aunque no lo digas… ella prendió un cigarro y lo miró desde la ventana, se había parado de su lado para ir a fumar, siempre iba a la ventana, aunque la casa era suya, desde pequeña se había acostumbrado a fumar cerca del aire… otra de las costumbres que conservaba de la infancia. Así era ella, estaba llena de él, su padre estaba en todos lados, el odio que le tenía, un odio misógino y esquizofrénico, se había refugiado en ella de tal forma que se le escapaba del cuerpo de hada. Las mujeres la odiaban, ella las odiaba a ellas… Montié se paró la cogió por la cintura y le besó el resto de humo, inhaló el perfume de su pelo, lloró un poco más su mejilla y suspiró en su frente; adieu, adiós…

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