Despertó sin apuro, despertó como rugiendo, tanta barbarie sucediendo dentro y fuera todo estaba prohibido. Al primer sonido del tambor recordó lo que era estar viva, porque el cuerpo se había dado cuenta de que le estaban dando permiso para explotar. Siempre le decía, calmate, ordenate, siempre le pedia a los rugidos que se esperasen. Que aguantaran. Y el cuerpo respondia, cadavérico, acostumbrado al ritmo mecánico de la cotidianidad. Pero ahora sonaba el tambor. Sonaba y entonces se soltaba para no seguir ahogándose, y el diluvio que era su ovalado cuerpo se tensaba y se liberaba dejando escapar resoplidos de placer. Para eso estaba hecho, para eso estaba su cuerpo...no para respirar y envejecer sin ser usado, no para fruncir el ceño y arrugarse absorbiendo letras. No. Su cuerpo estaba hecho para bailar.

Me gustaría haber escrito todo. Me gustaría tener el recuerdo agridulce de esos días, inmortalizado, para poder volver a sentir un poquito como lo hacía en esa época. Recuperar la ingenuidad.

“Serán tal vez los potros de bárbaros atilas
o los heraldos negros que nos manda la Muerte…"


Lo recuerdo con su chaqueta de cuero, arrugada. Su rostro envejecido y cansado, pero impactado por unos ojos incendiados capaces de devolver la vida que faltaba en otros lados. El ceño fruncido, un caminar apurado, la pera alzada. Su voz aguda, siempre impasible, siempre decidida.

Tomó un día el camino equivocado. Se dirigió, con los pasos chuecos, al destino traidor que no respetaba nada, que no cuidaba nadie. Al destino de la pasión, del deseo, del dolor,el destino inentendible, inevitable, incontrolable. No era posible esperar otra cosa, que es el destino sino incertidumbre, sino sorpresa. Que es el destino. Qué es...

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