Angustio-me

Subía, subía se enredaba y me rodeaba, se apropiaba de mí como si la hubiesen invitado, como si supiera que la necesitaba para seguir viviendo – paradojalmente, esos segundos eran la muerte, cualquiera hubiese implorado deshacerse de ellos de forma automática - lo que probablemente se debía a la sensación de que se está vivo porque la mortalidad es lo inseguro, ese temblor en la pera y un leve traguito hacia dentro de suspicacia. Sostenía ese sentimiento para tener un motivo por el que rezar, algo en lo que creer –tal vez un buen momento para parafrasear a Nietzsche (que debe odiar el parafraseo) cuando dice que la fe significa no querer saber la verdad- pero, me redimo, envío las plegarias hacia el infierno (donde la recibirán los comunistas y los del nihilismo); “no dejéis que me abandone nunca, nunca jamás y menos en este preciso segundo, aquello que siento cuando me levanto, cuando veo la tele, cuando duermo incluso (entre ronquidos y algo de baba), cuando escribo, cuando como, cuando ruego, no le permitan irse lejos, porque no la entiendo, esa angustia no la comprendo, pero existe, y gracias a ella yo existo después (angustio-me y luego existo, nuevo cogito contemporáneo)


“Cuando escribo le doy cierto sentido a lo que me arremete de vez en cuando; le quito un poco de temor a la cotidianidad y pongo aquello desconocido en un lugar común. Esto me permite reencontrar e identificar al intruso cada vez que lo deseo, y así la sorpresa es menor cuando me visita.”

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