Villa Grimaldi
“Del olvido siempre
gris”
Mario Benedetti
Los cautos vencedores
no morirán de
contrición precoz
a medianoche marcan y
celebran
el palmo conquistado
a la memoria
y los ex centinelas
vigilan como siempre
el horizonte
donde apenas
transcurren
barquitos y delfines
¿dónde empezó la
trampa?
¿en los adioses? ¿en
las bienvenidas?
en la feria se venden
los perdones
son de segunda mano y
tan usados
que se les ve la
sangre en las hilachas
los cautos vencedores
cumplen su vida
familiar sin ruido
aunque en la esquina
vibren
los calambres del
viento
y sin embargo en el
desván de alarmas
están aún las claves
de los cuerpos
y otros juguetes
rotos
en tanto los vencidos
emergen de su canon
de rencores
hilvanan ritos como
perlas
inauguran orfeones de
silencio
y empiezan a cavar
criptas de fango
donde salvar la
última y precaria
felicidad posible
pero allá arriba
otros olvidan
ásperamente olvidan
el olor de la muerte
y confían / a quien
quiera escucharles
que las culpas ya
pasaron de moda
el olvido es piadoso
y también nauseabundo
por eso en los
vulgares
despeñaderos de la
historia patria
siempre hay algún
barranco clandestino
donde los vencedores
vomitan sus olvidos
Busco
la verdad en Villa Grimaldi.
Cuando entro a cualquier centro de tortura, busco
la verdad. Busco la verdad como manifiesto, como relación emancipadora, como
posibilidad de escucha. La verdad de los sucesos, pero por sobre todo la verdad
de aquellos quienes vencidos como siempre, murieron en una nueva derrota sin
posibilidad de contar su versión de la historia.
La
verdad es una cuestión de batallas, de sinergia y asincronía, de ritmo. Pero
lamentablemente para nuestro sentido común, más devoto a las conexiones
cerebrales que a la imaginación, a verdad es una sola, y entonces no somos capaces de reconocer la estafa en la que hemos
caído. Responde obedientemente al compás de una marcha impuesta, uniformada, y
con eso le basta para existir. Tenemos, tengo, un sentido común al que le
cuesta comprender que la verdad de hoy no es sino la mentira del pasado. Creo
en algo distinto, pero apenas se distrae
mi mirada vuelvo a rendirle culto a las sobras,
a las sobras de vida que el neoliberalismo nos ha entregado. Por eso
busco la verdad para darle un lugar a la palabra soterrada, pero también para
la posibilidad de consecuencia, creo en ser consecuente, creo en ello aunque no
tenga la fuerza para serlo.
Es
difícil encontrar la verdad en Villa Grimaldi. Es difícil porque la historia en
ese lugar está muy bien pensada, elaborada, restituida, está contada en orden.
Entro y siento que algo no tiene sentido, las celdas reconstruidas son
perfectas, los murales hermosos, las flores son alegres. Y pienso en ese
momento que la verdad no es perfecta, no es armónica, no es un paisaje bien
elaborado. La verdad de la tortura es desorden, es inconsistencia, es angustia.
No es felicidad. No hay ahí tanta verdad como encontré en el Estadio Nacional,
en que sin camuflar nada, entre las pisadas de los futbolistas y el grito de
las barras, aparecía siniestramente el grito de reconocimiento. Agazapada en
las esquinas sin desfigurarse en un rostro más amable, el estadio clama su
verdad tan sincera cómo es posible pensarla.
(...) Se bien que poca autoridad, poco
derecho tenemos aquellos quienes no vivimos nada de lo que sucedió en
dictadura, quienes apenas podemos pensar en lo que sucedió, para hablar con
tanta firmeza, pero creo que aquellos quienes somos herederos, no tenemos tanto
un derecho, como un deber de intentar aprender, comprender, escuchar lo que
sucedió. (...)
Me preocupa pensar entonces que Villa Grimaldi pueda ser fiel reflejo de
esa otra verdad, la verdad de la reconciliación, la verdad de la falsa paz. Me
preocupa porque respeto profundamente el deseo de cientos de miles quienes
quieren descansar de la tortura y el miedo, quienes quieren recordar de otra
forma, una forma más digna, pero no respeto la posibilidad de una falsa
reconciliación.
Podemos o no ver nuestros ideales frustrados en el dolor de nuestros antepasados, pero de todas maneras la reconciliación es una mentira. Porque nunca hubo, y hoy no hay tampoco, igualdad de condiciones, no hay dos bandos con iguales capacidades para disputar su proyecto, hay proyectos, hay disputas, pero no hay igualdad. Entonces la reconciliación se alza como una falsa promesa de equilibrio, cuando en realidad no es sino el forzoso entierro de una verdad que de todas formas permanece latente.
Podemos o no ver nuestros ideales frustrados en el dolor de nuestros antepasados, pero de todas maneras la reconciliación es una mentira. Porque nunca hubo, y hoy no hay tampoco, igualdad de condiciones, no hay dos bandos con iguales capacidades para disputar su proyecto, hay proyectos, hay disputas, pero no hay igualdad. Entonces la reconciliación se alza como una falsa promesa de equilibrio, cuando en realidad no es sino el forzoso entierro de una verdad que de todas formas permanece latente.
Me
preocupa pensar en la “reconciliación” porque pienso en Benedetti y su olvido
siempre gris, pienso (o quizás invento) en su indignación, la condena a quienes
pueden descansar, quienes creen amar, a aquellos torturadores, militares, que
sin rasguño alguno se escinden brutalmente y son padres de familia. Su
interpelación a esos que se creen “buenos hombres”, seguros de que la carroña
quedó enterrada para mejor, lejos de los bienaventurados. Algo así como lo que
nos contaban de los milicos de Villa Grimaldi, los del grupo “Caupolicán” los
del bando “Lautaro”; fariseos que nombraban sin dejo de culpa a nuestros
antepasados, sin sombra de sensibilidad. Los mismos que paseaban a sus niños y
los dejaban juagar libremente al lado de los torturados, enseñándoles, supieran
o no los niños la verdad, que a la raza pobre, a los marxistas, se les trata
como perros o no se les trata. Su dolor, su vejación, es un regalo divertido
para los herederos de la omnipotencia, el dolor de los rotos es su inconsciente
legado.
Me preocupa pensar en la reconciliación
porque abre espacio para el falso perdón, el perdón “regalado en la feria”, el
perdón “de segunda mano”. Ese es el perdón de los que se fingen arrepentidos
para pasar sin condena, pero que en realidad no tienen ninguna idea de lo que
su estupidez provocó.
(...) Para
ellos, y para los que continúan con su legado, la reconciliación es dejar atrás
el pasado, es una obligación penosa. Para ellos los detenidos desaparecidos son
un trámite, en palabras de Agave Díaz, viuda de Fernando Olivares, son un
“cacho”. (...)
“pero allá arriba otros olvidan
ásperamente olvidan el olor de la muerte
y confían / a quien quiera escucharles
que las culpas ya pasaron de moda”
Me
preocupa la reconciliación porque como dice Benedetti, el olvido es
nauseabundo, ese olvido con sabor a felicidad está lleno de memoria, y la
memoria pudrirá la superficie. El olvido, por suerte, no desaparece lo otro, no
derrota a los vencidos, no es capaz.
Eso
me inquieta de Villa Grimaldi, que un centro de tortura pase a llamarse “parque
por la paz” cuando no hay tanto interés por parte de las instituciones como de
los familiares, por hacer valer los derechos humanos. Sabemos todos que lo que
se ha hecho en ninguna parte ha sido suficiente, sabemos que esta sociedad
rinde culto a los derechos humanos, pero los que se escriben en una postal, y
por dentro nada ha cambiado. Como dice la misma Agave, ya no se puede creer en
un “nunca más”, porque nada ha dejado de ser.
Busco
la verdad. Busco la verdad y eso significa que no la tengo, que no comprendo,
que no tiene sentido. Significa que Villa Grimaldi es maravilloso, es hermoso,
que espero que logre dar descanso a quienes por tanto tiempo han sufrido. Pero
que no es suficiente.
No
necesito saberlo todo para adivinar que la verdad se esconde entre los rostros
de las madres. Verlas sentadas, con las fotos de sus hijos, con la mirada
perdida y sin sentido, con el único sentido puesto en el hijo que llevan en su
pecho, me dice que algo está descompuesto. Espero sinceramente, de todo
corazón, que algo hayan sanado su interior al ver crecer el centro, realizar
los memoriales, plantar las rosas. Espero que sea el lugar de descanso que
tanto han anhelado para sus hijos. Espero que no las atormente tanto el
fantasma de sus niñas, violadas, vapuleadas, humilladas, espero que los rosales
limpien su memoria.
Así como algunos rechazamos la sociedad
mediocre, la virtualización de las relaciones, la indiferencia ante las
violaciones ininterrumpidas, así también rechazamos la paz como mentira, la reconciliación
como engaño. Porque sabemos que las violadas pudimos ser nosotras, que las
acalladas pudimos ser nosotras. Porque el dolor de tu madre, puede ser el de la
mía. Por eso, buscamos la verdad.
Comentarios
Publicar un comentario