Sobre “Si esto es un hombre” de Primo Levi.
Tanto se ha dicho y se ha hecho por la humanidad. A lo largo de la historia, se la ha perseguido como tesoro sagrado, conservándola y asegurándola tanto como sea posible a través de instituciones y estatutos, fundaciones, amnistías, derechos y legislaturas.
Ser humano – aunque haya mucho debate en torno a qué es exactamente serlo - para la mayoría es una condición que aunque indefinible, es propia, aunque difusa, es sencilla. Es la misma que impulsa a los revolucionarios marxistas de todo el mundo a terminar con la explotación del hombre por el hombre, es la que llama a los trabajadores a defender la pobreza rescatando lo poco que queda de humanidad escondida entre los ghettos y favelas, es la que ha significado motivo de desvelo y preocupación para filósofos y pensadores. En todos estos casos, aunque a simple vista no lo parezca, la humanidad está presente de forma crudamente real.
Primo Levi no deja duda. Su relato es, con la transparencia del agua más cristalina, el reflejo de todo lo que es y no es humanidad y de la realidad que la compone. Basta con leer el poema inicial “considerad si es un hombre” para darnos cuenta de que aquellos que, más o menos, hemos conservado la cordura mental proporcionada por una materialidad segura, no tenemos idea, ni podríamos tener idea nunca, de la realidad de la humanidad, y de la realidad de su pérdida.
Hay tanta agonía en ser espectador de un hombre que es consciente de su animalidad. Es agónico porque es inimaginable, impensable. Me atrevo a aventurar que muchos de los que han leído o escuchado relatos acerca del concentracionismo y la tortura, sienten la misma culpa inmediata que yo sentí, una desesperación por no poder sufrir en igualdad de condiciones lo que se está leyendo.
Como en nosotros la humanidad está viva y latente, el relato de Levi tiene mucho de develador. Nos muestra la distancia hacia la realidad de esa pérdida, pero también nos muestra su cercanía. Quienes asesinaron almas sin piedad en los oscuros parajes nórdicos, quienes se atrevieron a desmenuzar pieles humanas una tras otra pestañando apenas, quienes provocaron la muerte física y espiritual de tantos, fueron, precisamente, humanos. No animales, ni maquinas programadas. Y no fue solo uno, fueron miles de cientos.
Eso me lleva a dos conclusiones. Uno, la distancia imposible de recorrer entre aquellos vivos que transitamos la cotidianidad, y aquellos que sufrieron la desintegración completa de su yo y su psiquismo (trastornados por lo que significa perder por completo los bastiones de la subjetividad, que se afirman en cuestiones tan evidentes como el pelo, el nombre, la familia) tiene como puente a medio camino justamente a otro humano. Y la segunda, es que ese humano encargado de reunirnos, no puede no verse afectado por aquel tránsito despiadado, y se termina convirtiendo también, en otro deshumanizado más.
Bien lo explica Levi cuando comenta que para él las fuerzas represoras y los SS no son más que fantasmas; no tienen nada de hombre en ellos. No hay ni un atisbo de comprensión. La relación que se establece es de mutua enajenación.
¿Puede considerarse a un ser humano a aquel que no es capaz de reconocerse a sí mismo en el otro? ¿Puede considerarse humano a quién asesina y depreda sin miramientos, en vista de que si quedara algo de vitalidad, sentiría un dolor interno que le pediría no hacerlo? ¿Puede considerarse humano a quien es capaz de exterminar en un día, en un solo día, a 24 mil personas, como lo hicieron un fatídico Agosto de 1944? Y aún si fuese posible, aún si aquellos hombres osaran llamarse seres humanos apelando a la intimidad de sus hogares, no es posible negar la relación trastornada que se produce entre prisioneros y opresores, la perversión extralimitada de las relaciones de poder, la deshumanización mutua de mirarse los unos a los otros como objetos.
Esta cercanía es la que provoca terror a Levi, la que lo insta a registrar su vivencia. Es su forma de hacernos saber el deber que tenemos aquellos quienes, humanos como somos, podemos evitar que algo como el concentracionismo ocurra otra vez. La exacerbación de la violencia y el absoluto desborde del odio es humano. La crueldad de hacer daño por hacer daño, de querer eliminar a otro irracionalmente ante una diferencia inaceptable, es tan humano como deshumano puede ser. Y esto, guardando los límites de la desproporción de los hechos pasados, es una facultad que no es propia de un solo tiempo histórico, o aislada y reducida a los campos de concentración, es una amenaza que en cualquier momento puede volverse real.
¿Que hay sino de deshumanización en las relaciones del oprimido-opresor, propios de nuestra época de explotación institucionalizada? ¿Que hay sino objetivación en las relaciones mediadas por el capitalismo?
Guardando de nuevo los límites que Levi habría querido guardar, es enajenado y deshumanizado quien oprime a un objeto que no reconoce como sujeto. Y es la institucionalización de estas relaciones lo que nos vuelve parte de la perversión, indefectiblemente.
Hay tantas cosas… por eso el relato de Levi sobre el Lager es tan importante. Es lo que nos dice el y lo que logra transmitir con cada página, con cada descripción; es importantísimo recordar, es un deber, es un signo de humanidad. Ante la desesperación de no poder comprenderlo, es posible inclinarse por el compromiso con su recuerdo tan radical. Comprometerse con ello es comprometerse con la existencia viva y real.
Para el autor, recordar es la única posibilidad para defenderse y defender a futuras generaciones de algo como lo vivido. Es el resquicio que utiliza para poder librarse del peso que significa que no te quieran ver más como alguien digno de existencia. Recordar y compadecerse, recordar y tomar conciencia, no es resarcir, pero al menos es dar cabida a la esperanza dignificadora que a tantos mantuvo en pie, en los peores momentos de sus vidas.
Fragmentos
"Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro."
- "Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa súbita o infligida a los demás. Los SS malvados y estúpidos, los Kapos, los políticos, los criminales, los prominentes grandes y pequeños, hasta los Häftlinge indiferenciados y esclavos, todos los escalones de la demente jerarquía querida por los alemanes, están paradójicamente emparentados por una unitaria desolación interna. Pero Lorenzo era un hombre; su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre."
- "Para estos sobrevivientes recordar es un deber: éstos no quieren olvidar, y sobre todo no quieren que el mundo olvide, porque han comprendido que su experiencia tenía sentido y que los Lager no fueron un accidente, un hecho imprevisto de la Historia"
- "La diferencia principal consiste en su finalidad. Los Lager alemanes constituyen algo único en la no obstante sangrienta historia de la humanidad: al viejo fin de eliminar o aterrorizar al adversario político, unían un fin moderno y monstruoso, el de borrar del mundo pueblos y culturas enteros. A partir de más o menos 1941, se volvieron gigantescas máquinas de muerte: las cámaras de gas y los crematorios habían sido deliberadamente proyectados para destruir vidas y cuerpos humanos en una escala de millones; la horrenda primacía le corresponde a Auschwitz, con 24.000 muertos en un solo día de agosto de 1944. Los campos soviéticos no eran ni son, desde luego, sitios en los que la estancia sea agradable, pero no se buscaba expresamente en ellos, ni siquiera en los más oscuros años del estalinismo, la muerte de los prisioneros: era un hecho bastante frecuente, y se lo toleraba con brutal indiferencia, pero en sustancia no era querido; era, en fin, un subproducto debido al hambre, el frío, las infecciones, el cansancio. En esta lúgubre comparación entre dos modelos de infierno, hay que agregar que en los Lager alemanes, en general, se entraba para no salir: ningún otro fin estaba previsto más que la muerte. "
- "Quizás no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar. Me explico: «comprender» una proposición o un comportamiento humano significa (incluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar,identificarse con él. Pero ningún hombre normal podrá jamás identificarse con Hitler, Himmler, Goebbels, Eichmann e infinitos otros"
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