OLIVIA (PARTE 1)

Ese fue el peor, y tal vez el mejor día de su vida a la vez. Suena contradictorio pero, ¿no es acaso la vida la suma de esas contradicciones que somos incapaces de reconocer a tiempo? 
Después de ese día, no volvería a ser la misma. Lo supo cuando sintió encoger su estómago hasta volverse un nudo, mientras le daban la noticia. Miró fijamente hacia el horizonte buscando encontrar alguna diferencia entre lo que veía ahora y la imagen que miraba hace unos minutos, pensando que no podía ser solo ella, que el mundo tenía que haber cambiado también después de la información que acababan de darle. Pero no encontró nada, el árbol que daba a la ventana seguía siendo el mismo, la pared seguía siendo la misma, el rostro al frente suyo seguía siendo el mismo. Impávido, neutral, desconocido; exactamente igual.
No fue consciente hasta mucho después de que cuando algo se termina otra cosa lo sustituye y un final rápidamente deja de ser un final y pasa a ser un inicio. Sin tiempo para acostumbrarse, las sensaciones se mezclan unas con otras, sin sentido. Contradicciones. La vida está llena de ellas. 


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Se conocieron tan pequeños que es como si no se hubiesen conocido, sino que nacieron juntos. Fue en algún momento durante el preescolar, o el primer año de básica; Pedro acababa de ganar el juego de “la pinta” logrando evadir ágilmente todas las manos diminutas que buscaban darle caza. A Olivia le impresionó su risa fácil, contagiosa, que hacía que todos sus compañeros de juego se rieran con él a pesar de que les acababa de ganar. Se respiraba liviandad en ese par de metros cuadrados que él habitaba, lo que más adelante descubriría era una cualidad inherente a Pedro. Donde quiera que estuviesen, cuando él se concentraba en alguna actividad, a su alrededor se creaba una atmósfera dulce y segura en la que todos podían sentirse incluidos. Ella era dependiente, casi adicta, a esa sensación de seguridad que sentía cerca de él. 
Lo cierto es que la primera vez que la sintió fue ese cálido día de verano de preescolar o básica y nunca lo olvidó. Es que uno no puede olvidar el día en que comienza el resto de su vida, con independencia de la fecha exacta, esa experiencia única y singular, anacrónica se graba en nuestras memorias. 

- ¡Perdón! 

Sintió el empujón cuando ya estaba encima suyo. Pedro corrió hacia ella - más bien, hacia donde ella estaba pues todo fue una afortunada coincidencia - con tanto brío que no logró detenerse hasta cuando el peso de ella le hizo resistencia y ambos cayeron torpemente al suelo. Para Olivia no pasó desapercibido el silencio absoluto que se produjo justo después del golpe, y tampoco para Pedro. A su alrededor un montón de niños se detuvieron asustados al ver que uno de los suyos había golpeado a una de ellas. El colegio mantenía separaciones estrictas entre hombres y mujeres por lo que había un temor permanente a la violación de esa distancia, sobre todo si era por un motivo tan nefasto como un golpe en el piso

- Tranquilo, estoy bien.

Escuchó suspiros de alivio. Esa simple combinación de palabras pronunciada tan ligeramente por Olivia era la señal para decir: “No los voy a acusar, están a salvo”, el pase para que los niños retomasen su juego con normalidad dejando atrás la breve e irrelevante interrupción.

Pero para Pedro y Olivia esa interrupción no fue breve, menos irrelevante. Se podría decir que marcó el desenlace del resto de sus vidas. Y como buena contradicción, es difícil decidir si ese prematuro rito de iniciación a la vida en pareja fue un regalo del destino, o un accidente.
De todas formas, fue tan importante la descuidada caída que el día en que se casaron - muchos años más tarde- fue parte de los discursos de ambos sin que se pusieran de acuerdo. El de Olivia, pragmático sin perder la dulzura, decía: “Ese día me acuerdo exactamente de lo que pensé. No me di cuenta de que me caí, no me dolió nada. Sentí que alguien me protegía, que antes de que tuviera un accidente llegaste tú, Pedro, para que no me pasara nada. Así me he sentido todos este tiempo contigo. Protegida, segura, con la certeza de que siempre vas a estar ahí antes de un golpe. Y amada con una fuerza que no he sentido en nadie más”. Pedro, por su parte, dijo : "Con la Oli siempre nos acordamos del día en que nos conocimos. Éramos muy chicos, de hecho nos sorprende que no se nos haya olvidado. Pero esos días que te cambian la vida son imposibles de borrar de la memoria. Yo creo que aunque no teníamos más de 10 años, los dos supimos en ese momento que algo nos pasó, y la suerte que tuvimos la agradezco todos los días. ”
El día de su matrimonio fue muy especial, pero de una manera natural y lógica, como cuando se avanza un curso en el colegio. Los dos sabían que ese día llegaría, que lo vivirían juntos, que sería un paso más en el camino. Durante la comida la madre de Olivia, Paula, le dijo orgullosa que no había felicidad más grande que ver a una hija como la estaba viendo a ella en ese momento. Olivia percibió el quiebre de voz de Paula por la emoción, y se sintió plena, pues era exactamente lo que ella sentía. 
Todo salió perfecto. Prepararon meses y meses ese momento y se preocuparon de cada detalle. Había abundancia pero no ostentación. Mucha gente, pero nadie que sobrara. Excelente música, comida de primera calidad. Hasta la sensación térmica no podía ser más adecuada; suficiente calor para no tener que abrigarse, y suficiente frío para poder bailar toda la noche. 
Fue tanta la perfección, que durante mucho tiempo Olivia no pudo evitar preguntarse si acaso ella era la única novia que tenía como recuerdo más nítido del mejor día de su vida el olor penetrante de los aromatizadores ambientales y el dolor de pies por tener que recorrer una a una las mesas para fotografiarse con sus invitados. 


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Las crisis de pánico comenzaron repentinamente y sin aviso. Fue aproximadamente dos meses después de que sus padres se separaran, cuando aún estaba en la casa en la que creció y en la que vivió toda su vida hasta irse con Pedro. 
Ese día tenía examen en la universidad y había estudiado hasta tarde para prepararlo. No era un examen demasiado importante ni le preocupaba el resultado, estaba acostumbrada a la presión y el estrés de las pruebas y no se sentía insegura. Se despertó temprano y se levantó sin hacer ruido para no despertar a su hermana menor ni a su madre que estaba en la pieza de al lado. Después de la separación, Paula tomó una larga licencia por motivos de salud mental y no iba a trabajar, así que en las mañanas dormía profundamente. Muchas veces Olivia le dejaba el desayuno preparado para asegurarse de que comiera, pero ese no era uno de esos días porque no quería ser impuntual. 
No sabía por qué, nunca lo supo, pero ese día comenzaron. De pronto fue particularmente consciente del silencio que la rodeaba y a pesar de que estaba en su casa de toda la vida, no la reconoció. Ni su padre ni su hermana mayor, Antonia, estaban ahí y eso le parecía absurdo, irreal; como si estuviese viviendo la vida de alguien más. ¿Cómo era posible que ya no despertara al lado de Antonia, con quien siempre compartió la pieza? Ahora no había nadie, porque con Laura, su hermana menor, no dormían juntas. El espacio que antes ocupaba junto a su cama era ahora un fantasma que le recordaba que las cosas podían cambiar repentinamente y sin aviso. En ese momento, justo antes de salir a dar su examen, la asaltó un pensamiento del que no se pudo deshacer durante mucho tiempo. ¿Cómo se evitaba perder a un ser querido? Antonia era su mejor amiga, su partner, su consejera desde que tenía recuerdo. Y ahora nada, solo ese silencio total que cubría todo. Nunca pensó que el silencio podía ser tan cruel. El silencio de su casa. El silencio de Antonia y su papá que llenaba con sus propios pensamientos, mil veces más dolorosos que cualquier cosa que ellos pudieran decirle. 
Ese vacío acústico se transformó luego en un agudo pitido en sus oídos que fue aumentando y lo último que vio fue el del borde del W.C sobre el que se inclinó para vomitar. Luego de eso, nada.

Despertó con esa frecuente y desesperante sensación de no saber dónde se encuentra uno. Abrió los ojos lentamente y vio su cubrecama de siempre, la pared blanca a la que daba su cama y la mano de Pedro sobre la suya. Una imagen cotidiana en su vida pero que en esos momentos parecía poco familiar, casi inadecuada. Se levantó de un salto y exclamó: ¡Mi examen!, volviéndose abruptamente consciente de que había alguna responsabilidad que no estaba cumpliendo. Cálmate - la voz de Pedro le pareció venía de un lugar lejano - Respira, Oli, por favor. Ella lo miró y vio en sus ojos una preocupación genuina que le permitió volver al presente. - Pedro, ¿Qué pasó? ¿Me desmayé? No sé qué pasó, no me acuerdo.

- No Oli, tuviste una crisis de pánico. Es normal, a muchos les pasa, tienes que tratar de descansar.

De la boca de Pedro, tan pausada y amorosamente, fue la primera vez que escuchó ese término. Ella ya estudiaba psicología, pero aún no veían conceptos de psiquiatría en profundidad y no tenía idea de que podía haber una enfermedad como esa. Más adelante llegaría a familiarizarse tanto con el término que lo explicaría a sus pacientes, estudiantes, e incluso a los miembros de su familia para que le tomaran el peso a sus crisis. Con Sonia, su psiquiatra, sería el tema más frecuente, era incluso el nombre de su diagnóstico: “Trastorno por crisis de pánico con ansiedad paroxística” (que sonaba aterrador, lo que claramente no contribuía a tranquilizarla, pero nunca se lo dijo a Sonia).
Pero en ese momento el concepto no era un concepto sino una experiencia, dramática y dolorosa como puede serlo la angustia sumada al pánico. Estuvo tan segura de que iba a morir, que cuando despertó pensó que el cielo era Pedro y su mano cálida entre las suyas. Pensó que no se había despedido de Antonia ni de su padre, pero bien se lo merecían por haberla abandonado.

- Respira, Olivia por favor.

Paula también se encontraba ahí y la miraba preocupada. “Es tu culpa” Quería decirle. Pero en vez de eso le dijo: “Si mamá, estoy bien”. No le salieron las palabras que realmente quería pronunciar, un reproche, una queja. "No mamá, no estoy bien. Por tu culpa no puedo ver a mi papá ni a mi hermana". En vez de eso, quiso tranquilizarlos, no quería que su mamá ni su Laura se preocuparan por ella, con todo lo que estaba pasando. 
A Pedro sí le contó la verdad. Le confesó que sentía odio hacia Paula. "No quiero sentirlo Pepe, no quiero sentir esto que me agota y me desgasta pero no sé qué hacer. Cada vez que veo a mi mamá me dan ganas de estar lejos de ella, de todo, y siento una ira que no conocía en mí". Pedro nunca la juzgaba, ni se asustaba por esas confesiones, la tranquilizaba diciéndole que por supuesto que debía tener rabia, que todo fue muy repentino, que eso no significaba que no quisiera a Paula, que era parte del duelo. 
Ese día finalmente no pudo rendir el examen y tuvo que ir a la psiquiatra por primera vez para conseguir un certificado médico que justificara su ausencia. Sonia tenía una consulta particular en Providencia, cerca del metro Pedro de Valdivia, acogedora y tranquila. Quedaba en una calle aledaña a la avenida, cuya arboleda bloqueaba los molestos ruidos y le daban un aire melancólico al edificio. No tenía secretaria ni admisionista así que cuando llegó le abrió ella directamente la puerta. 
Era una mujer de 50 años que aparentaba 40, con rostro infantil y rizos anaranjados que le quitaban autoridad, la que recuperaba inmediatamente al saludar con su tono de voz cálido pero decidido, sin dejar de mirar a los ojos.

- Cuéntame Olivia, ¿En qué te puedo ayudar? 

La frase la pronunció después, una vez que la invitó a sentarse frente a ella en un sillón-silla que a Olivia le quedaba demasiado grande y hacía que se hundiera, lo que le daba un poco de pudor. 
La pregunta la tomó desprevenida a pesar de que era de toda lógica. La ansiedad que produce en general asistir a terapia - la ansiedad de contarle cosas a un desconocido o desconocida, por más profesional que sea - tiende a generar que uno antes de asistir ensaye en su mente que va a decir y como lo dirá, para que el diálogo no le tome desprevenido y lo obligue a reflexionar demasiado sobre sí mismo. Basta una línea que se salga del guión cuidadosamente repasado para que la ansiedad se dispare y la mente vuele a la asociación libre. 
Olivia tenía claro que le iban a preguntar qué hacía ahí, pero se había planteado la introducción a la conversación de otra forma - ¿Cuál es el motivo de tu consulta? - a lo que ella le respondería directamente que necesitaba un certificado médico por un desmayo. Pero planteada la interrogante tal como lo hizo Sonia, le sonaba ridículo responder que necesitaba ayuda para justificar su ausencia a un examen, como si pedirlo implicara reducir la utilidad de alguien que estudió más de 10 años, a una firma en un papel. Así que en vez de responder lo que había ensayado cuidadosamente dijo:

- Hace unos días pensé que me iba a morir. Es la sensación más horrible que he tenido. 

Después de eso dejó de pensar y solo liberó lo que tanto la agobiaba desde hace meses. Es increíble la capacidad humana de acostumbrarse a llevar encima las emociones contenidas sin darse cuenta, es como pinchar la rueda de la bicicleta y cargar el propio peso a cuestas -más el de la bicicleta- sin pararse a parcharla. Absurdo, pero así de fuerte es la resistencia al cambio.
Le habló de su familia, de sus hermanas, sus padres, de Pedro. Le habló del odio que sentía, que intentaba evitar a toda costa, pero que bullía dentro suyo y la quemaba. Mientras más intentaba apagar el odio, la quemadura se hacía más honda, y ella se frustraba terriblemente por lo infructuoso de sus esfuerzos.

-  Me parece que llevas mucho tiempo intentando negar que sientes odio. Esa parte de ti está ahí, y se te hace desconocida porque no la aceptas. Cuando aparece y no la puedes controlar sintes que no eres tu. El estado mental disociativo, es decir, “no sentirse uno mismo”, es una de las sensaciones más parecidas a la muerte que podemos experimentar. Más bien, es lo más similar a la angustia de un recién nacido, que es un estado que en psiquiatría homologamos a la angustia que produce la muerte.

- No quiero odiar a mi familia. No se lo merecen.

- ¿Y qué quieres?

- Quiero que todo sea como antes.

- Es un deseo válido, pero posiblemente ellos no quieran que las cosas sea como antes. Al menos tus papás. Y sola es difícil que puedas lograr algo así.

- ¿Y qué tengo que hacer doctora? De verdad no quiero volver a sentir eso que sentí. Tengo mucho miedo

- ¿A qué le tienes miedo? ¿Si yo te aseguro que no te vas a morir en ese momento? ¿Podrías pensar a qué le tienes miedo realmente?

- No lo sé. 

- Bueno, quizás juntas podamos descubrirlo.

Salió tan cansada después de la conversación, que se le olvidó pedirle el certificado médico. Le sorprendió darse cuenta de que ya no le importaba tanto.

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