El cuerpo de las
bailarinas
Reflexiones sobre
cuerpo, creación
y algunas ideas en Winnicott.
Matías Arias
Valentina García - Campo
Docentes: Pablo Cabrera
Esteban Radiszcz
Santiago, 25 de Junio, 2012
Introducción
Brava, como una viviente orgullosa de su noble estatura
con su gran
ramillete de flores, su pañuelo y sus guantes,
ella,
desenvuelta e indolente, tiene el aspecto
de una
delgada coqueta con extravagantes aires.
Charles Baudelaire - Danza macabra en “Las
flores del mal”
Las
ideas de Winnicott nos llamaron la atención para pensar la creación, porque
traen cierta frescura. Quisimos por eso darnos a la tarea de poner a dialogar
sus reflexiones con otras, más antiguas, más complejas o más actualizadas, para
poder ir delineando algunas cosas.
Winnicott
y su idea del juego nos abren el camino hacia su teoría, teoría en que la
simbolización tiene como requisito la transcionalidad, en que todo
proceso de maduración requiere un “sostén” experiencial que acompañe a lo largo
de la vida. La palabra tiene como antesala todo un lenguaje comunicativo que
será condición para su interpretación y articulación, comunicación pre-verbal
fundante. Es ahí donde se situa el momento creativo.
En
ese sentido, según A. Pelorosso (s.f.), Winnicott se distancia un poco de freud
al delimitar la creación en el espacio del juego pre-verbal, ligándola al gesto
espontáneo que se configura en la más temprana instancia. Freud por su
parte pensaría que la creación es posible solo a posteriori, en un
momento tardío en que el yo es capaz de lograr cierto control sobre la pulsión.
Freud dirá que la creación es posterior a la simbolización, Winnicott dirá que
es requisito para.
Baz
cita a Freud, quien “considera que las
fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros
individuos a la neurosis y han movido a la sociedad a la creación de sus
instituciones”. (Freud (1913) citado por Baz (1996), p.144). Además,
agrega:
“El arte nos ofrece un espacio para la
realización sustitutiva de deseos insatisfechos, un dominio donde el ser humano
juega a la omnipotencia. A través de la fantasía y la imaginación, él es creador.
Pero, a diferencia de los sueños, que también se producen como satisfacciones
imaginarias de deseos inconscientes de carácter estrictamente individual, el
arte, junto con los mitos, las leyendas y la religión constituye una producción
subjetiva de carácter colectivo.” (Baz, op. cit)
En
ese sentido, y tomando en cuenta esta visión freudiana, sostenemos que la danza
es un fenómeno interminable, multidimensional, atravesado por una serie de
construcciones que no se explican únicamente por una perspectiva. Sería un
equívoco decir que todo lo que sucede bailando, o en el bailarín, está
explicado por el gesto espontáneo de Winnicott, o por la capacidad creativa del
bebé. Para nosotros tiene que ver con muchas otras cosas, con la construcción del narcisismo, la
experiencia sublimatoria de las pulsiones, razones políticas, culturales, etc.
Lo único posible es dar un eje más a la pregunta por la creación, para
complementarlo a las discusiones que ya han existido, y las discusiones que
están por venir.
El
concepto de subjetividad también se ocupará mucho a lo largo del texto,
y quisimos afirmarnos de un postulado de Margarita Baz (1996) para dar a
entender en qué estamos pensando cuando nos referimos a ella: la subjetividad
como “estructura irremediablemente
conflictiva de la condición humana” (Baz, 1996, p.144), estructura de
formación en “capas”, en niveles, podríamos agregar. He ahí otra señal de
porqué el debate sobre la realidad psíquica, se vuelve tan interminable.
Por último,
destacar que quisimos incluir de forma protagónica el debate sobre el cuerpo,
indagando, reflexionando, jugando a pensarlo de distintas maneras. Lo que
quisimos hacer con nuestras inquietudes-
lo que fue posible - fue ponerlas en tensión con algunas ideas que
ya han sido trabajadas por otros autores.
La pregunta por
el cuerpo
Algunos aspectos
metodológicos y prácticos.
Corresponde
situar este apartado a modo de indagación temática, a modo de interrogante,
mucho más que concebirlo como propuesta teórica. Frente a la inquietud sobre
ciertos aspectos constitutivos de la subjetividad- en este caso el cuerpo en relación con
el mundo - como decíamos se abren sobre
todo más preguntas, más inquietudes.
La pregunta sobre
el cuerpo ha sido ampliamente pensada, y discutida. Podemos dar fe de ello, ya
que nuestro intento de contextualizar la
discusión del presente capítulo bajo los recorridos teóricos, históricos y
epistemológicos existentes, se vio frustrado porque la lectura no fue
suficiente para poder abarcar holísticamente el material. Además muchos de los
trabajos revisados corresponden a lecturas e interpretaciones sobre terceros
autores (Foucault, Freud, Nietzsche) lo que no constituye el ideal
investigativo, porque nuestra experiencia con la discusión es aún más lejana.
De todas formas, se explicita con la mayor rigurosidad posible el orden de las
ideas, para no caer en grandes errores.
Como resultado
concreto, logramos pensar el tema acompañados, enriquecidos por distintas
discusiones, que aportaron algunas ideas nuevas para nosotros. El resto se
explica solo.
Cuerpo e historia
Yo quiero hacer
un ruido con los pies
Y quiero que mi
alma encuentre su cuerpo.
Nicanor Parra
Muchos autores
concuerdan con que la problemática del cuerpo ha cobrado fuerza durante la
última mitad del siglo XX. Ha habido
recopilaciones, reconstrucciones y de-construcciones de casi todas las ideas,
mitos, y conceptualizaciones sobre la subjetividad corporal. Bajo esta
línea se sitúa la psicóloga y bailarina, Margarita Baz, quien nos da ciertas
luces sobre las distintas nociones de cuerpo, a modo de investigación
genealógica.
Primero que nada,
en su libro “metáforas del cuerpo, un estudio sobre la mujer y la danza”, Baz
(1996) abre la discusión desde el campo de la filosofía respecto del tema del
dualismo y su fantasma. Baz recoge la famosa frase platónica; “el cuerpo:
prisión del alma”, expresión de la mentalidad de la Grecia clásica y uno de los referentes para pensar la sociedad occidental, para poder dar a conocer esta
idea de cuerpo delineado como poco deseable, inútil, como estorbo para el
desarrollo pleno del hombre.
Este dualismo es
actualizado por Descartes, quien “marca
de manera decisiva el inicio de la filosofía moderna” (Baz, 1996, p.19)
dibujando los requisitos para poder pensar en la subjetividad, delimitando la
dualidad cuerpo/alma, y orientando el camino de la metafísica. La mente, la
conciencia como objeto de estudio
(también para la psicología, que significa etimológicamente “tratado del
alma”), en cambio el cuerpo como máquina. (Baz, 1996)
Un intento de
superar este dualismo, una forma de re-pensar la realidad subjetiva, lo
proporciona la corriente existencialista francesa. En palabras de
Merleau-Ponty, “el cuerpo es ese lugar de contacto primordial que no podría
sentir si no fuese en el mundo”,
a la vez que carnalmente reúne una interioridad y exterioridad que
serían imposibles sin su otredad (Amar, 2010, p.61). Se retoma entonces la
pregunta para darle un sentido desde la fenomenología y la experiencia, en la
que el cuerpo no es cuerpo si no es en el mundo (más que sin el mundo),
y el mundo no es mundo si no es en el cuerpo.
Quizá sería
necesario ir un poco más atrás, y abrir la pregunta sobre la pregunta. Recogemos algunas ideas azarosas que nos
aporta la lectura: ¿somos un cuerpo o tenemos un cuerpo? Dirá Marcel (Marcel
(1964) citado en Baz (1996), p. 27). Y si tenemos, ¿de quién es?
¿Es de mi alma? ¿Es el yo? ¿Será más correcto decir, yo soy mi cuerpo?
Mauricio Amar, sociólogo, reflexiona:
“Nietzsche (en
una lectura foucaultiana de Nietzsche) había abordado el cuerpo como una superficie de inscripción de los
acontecimientos, un lugar de disociación del yo al que el propio cuerpo engaña
haciéndole pensar en la existencia de una unidad substancial, como si no se
encontrara, además, en el permanente desmoronamiento que le es inherente.
Desmoronamiento que debe entenderse fundamentalmente como mundano, habitante de
un mundo donde existe la vida y la muerte como parte del mundo.” (Amar, 2010, p.61)
La palabra engaño
nos da una pista quizá- un señuelo doloroso, ¿quién quiere darse cuenta de que ha
vivido engañándose? – respecto de nuestra posición, nuestra condición de
posibilidad frente al mundo, hay un engaño en sentirnos uno y completo, uno con
mi nombre y mi existencia única. Entonces pensar la posibilidad de la fragmentación, de
desconocimiento. De descomposición. Sentirse totalmente vivo, ágil,
omnipotente. Pero estar muriendo.
Foucault por su
parte, hace una inversión interesante del pensamiento clásico, sentencia: “el
alma, prisión del cuerpo”. Esta
afirmación abre la puerta a una serie de debates, para Baz, la inevitable
pregunta por la relación prisión/liberación.
¿A qué apuesta Foucault cuando habla de prisión? ¿Hay implícita ahí una utopía de liberación?
¿Hay un retorno al cuerpo libre? ¿Hay
una realidad “natural” posible de pensarse sin la dominación actual del cuerpo
subjetivo? (Baz, 1996).Foucault no parece definirlo así. Desde nuestra lectura, más bien sería un intento de
comprender las capas estratégicas que atraviesan y tensionan al ser humano
actual, al sujeto actual - sujetado – que ha devenido productivamente,
es decir, que no solo ha sido restringido y coartado.
Carolina Escudero
(2010), socióloga, plantea que una visión más utópica, “romántica”, sería la
propuesta por Adorno y Horkheimer en su
Dialéctica de la Ilustración, propuesta en que, según la autora, dos cuerpos
coexisten, dos cuerpos son conceptualizados. “Por un lado está la historia
subterránea, de los instintos y
pasiones humanas reprimidas (un cuerpo que resiste), y por otro lado, la
historia de la civilización, que vuelve al cuerpo un “objeto, como cosa muerta”
(entiendo aquí como cuerpo sometido)” “La entrada al cuerpo en la historia es
equivalente a su conversión en objeto que se puede poseer y por tanto
experiencia del cuerpo como cosa muerta” (Escudero, 2010, p.222). Habría una nueva tensión, una nueva
realidad, la de naturaleza-cultura.
El psicoanálisis
también está atravesado desde su nacimiento por la relación psique/soma. Desde
un comienzo Freud se vio interesado en los síntomas físicos de las histéricas,
auscultando e indagando en dicha relación para de a poco ir reconociendo en las
sintomatologías una “etiología psicógena de carácter sexual e inconsciente”
(Baz, 1996, p.23) La mirada del
psicoanálisis viene, según Baz, a subvertir la mirada biológica del cuerpo, ya
que aparecen conceptos como el de pulsión - concepto límite entre lo
anímico y lo somático - que, a nuestro modo de ver, difuminan la separación
dual y complejizan la relación entre lo psicológico y lo biológico, a modo de
diálogo interminable. Baz define pulsión
como “representante
psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al
alma, y como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a
consecuencia de su conexión con lo somático”. (Baz, 1996, p.23). Habría entonces una autonomía secundaria por
parte de las pulsiones sexuales, ya que en un comienzo estaban íntimamente
ligadas al placer de la satisfacción de la necesidad orgánica, pero luego se
independizan de ésta.
Para la autora A.
Pelorosso el psicoanálisis también se ha visto atravesado por la lógica binaria
heredada de la filosofía idealista y sería justamente Donald Winnicott uno de
los personajes creativos, que logra un cambio al proponer una zona intermedia
entre realidad externa/interna, entre sujeto y objeto, una especie de
“síntesis” hegeliana. (Pelorosso, s.f.) Sin aferrarnos totalmente a esa idea,
si creemos que los planteamientos Winnicottianos nos ayudan a pensar en una
experiencia que se juega no solo en la introyección adecuada de los fenómenos,
ni solo en la percepción material de una realidad extranjera, sino en un
espacio que tiene de los dos registros y, como dice Pelorosso, crea “algo más” (Pelorosso, s.f, p.2).
Será entonces
esta la propuesta para el ensayo: poner en tensión como se involucra y es
involucrado el cuerpo en el acto creativo, no como máquina dispuesta a seguir
las órdenes cerebrales, sino como parte fundamental y eje que atraviesa la
subjetividad psíquica. Como el cuerpo participa de esta “tercera zona”, o zona
intermedia Winnicottiana, en que se articulan una serie de procesos. (De los
cuales el ambiente y la función materna es el principal.)
Mirada y creación en Winnicott
En
la experiencia de la danza, podemos encontrar estas dos palabras muy presentes:
mirada y creación. Esto ya que toda experiencia dancística se
percibe de manera única, es una creación comprensible solo en cierto momento,
momento en que además se suele estar
sometido a la mirada de un otro. ¿Quién es ese otro? ¿Qué tiene que ver
la mirada del otro con el proceso creativo? Estas son algunas de las preguntas
que se plantea y responde Donald Woods Winnicott.
Como se conoce,
los teóricos del psicoanálisis que vinieron después de Freud, se enfocaron en
las cosas que Freud no pudo investigar durante el transcurso de su incursión en
esta disciplina. Es así como uno de los temas transversales que se manifiesta
en todas estas postulaciones, es el asunto del originario, lo primitivo. Estos
autores teorizan e investigan respecto a la constitución temprana del aparato
psíquico.
Winnicott (1967a) comienza a definir la
función de la mirada del otro cuando la sitúa como espejo del bebé, espejo
esencial para la separación del yo del no-yo, es decir, lo interno de lo
externo. (Cuando Winnicott señala que el otro es el espejo del bebé,
principalmente tiene la influencia del primer trabajo de Lacan en torno al
Estadio del espejo escrito en 1949#.)
Este espejo, para
Winnicott, será el rostro de la madre, y cuando el niño recorra con la mirada
el mundo, pasara por el pecho (esencial por ejemplo en la teoría kleiniana) y
no lo mirará, sino que lo más probable es que se detenga en el rostro.
Así Winnicott
planteará “¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? Yo sugiero que
por lo general se ve a sí mismo. Es otras palabras, la madre lo mira y lo que
ella parece se relaciona con lo que ve en él” (Winnicott, 1967a, p.148).
Esta será la importancia que tiene la función de maternaje en el desarrollo
temprano del individuo, porque en realidad el bebé no existe, lo que existe es una relación. Esto rompe con cualquier lógica binaria de
interacción, sobre todo en el momento temprano en que bebé y madre se funden en
la indiferenciación. Así plantea “Nos referimos al hecho de que no existe
eso denominado bebé, pues cuando vemos a un bebé en esta temprana etapa sabemos
que vamos a encontrar los cuidados del bebé, cuidados de los cuales el bebé
forma parte (Winnicott, 1959, pp.73).
La mirada tiene
como decíamos un lugar fundamental; es imprescindible que cuando el bebé mire
el rostro del otro se encuentre a sí mismo, no la demanda materna. Si no logra
verse la frustración lo llevará a desalentarse, a “resignarse” a la idea de que
cuando mire lo que está mirando será el rostro de la madre. Por eso
creemos que pensar en la mirada Winnicottiana tiene que ver con algo mucho más
profundo que la percepción, es una mirada que implica sostén, contención,
implica justamente la función de maternaje.
En segundo lugar,
si el bebé no logra observarse, se comienza a atrofiar la capacidad creadora
(Winnicott, 1967a), ya que depende de que la omnipotencia seas sostenida por la
madre, en un espacio de ilusión.
Es de importancia
fundamental la implicancia que tiene el bebé en esta relación. Cuando el niño
interroga a la madre por su propio rostro, se pone en la pregunta,
digamos hay una demanda del orden del cuerpo y es la madre mediante su función de
sostén la que dibuja el cuerpo del niño con sus manos. La madre debe ser capaz
de sostener a este bebe mediante su propia mirada, (reflejo del propio bebé) y
este arquetipo de relación se extrapola, por ejemplo, al momento de la danza,
donde existe una relación de creación y de mirada tan entrelazadas como la que
Winnicott plantea en la relación del bebé con la función de maternaje.
Aunque esta
teoría se refiere a los primeros pasos en la existencia, Winnicott es claro al
sostener que esta relación mirada/creación se mantiene por el resto de los días
en la vida adulta. En el mismo texto que explica la teoría aquí expuesta,
presenta ejemplos clínicos de adultos para sostener sus teorizaciones.
Ahora que se
tiene claro cual es la importancia de la mirada, primero para la estructuración
psíquica temprana de los individuos y de que manera esa mirada influye en el
proceso creativo de los mismos, ahondaremos en el segundo elemento: la
creación.
Winnicott (1953)
para concebir la primera instancia del proceso creativo, desarrolla un concepto
denominado espacio transicional. Este espacio lo califica como el espacio que
existe entre el yo no diferenciado del resto y el yo que se diferencia, vale
decir, el espacio que está en el tránsito del yo al no-yo. Este espacio
transicional se da justamente en el intertanto que el bebé se reconoce en la
mirada de la su madre. La madre tiene otra vez un rol fundamental, ya que debe
por una parte sostener una ilusión de control omnipotente en el niño, pero
además debe ser quien comience a desilusionarlo progresivamente para que
adquiera contacto con la realidad y se pueda desarrollar la diferenciación. En
la medida que el bebé se va desilusionando, es cuando escoge el objeto
transicional, el cual vendrá a remplazar en cierto nivel a la madre y a partir
de esto el contacto con el exterior se le va a hacer mucho más afable. Así
comienza el camino del bebé comienza en el contacto real (objetivo) con el
exterior, diferenciado del entorno.
Detengámonos un
poco en este primer momento de ilusión omnipotente. Winnicott señala: “Cuando
su adaptación (de la madre) a las necesidades del bebé es lo bastante buena,
produce en este la ilusión de que existe una realidad exterior que corresponde
a su propia capacidad de crear” (Winnicott, 1953, pp.30). Este primer
momento de ilusión arrastra consigo la posibilidad de que el niño se trasforme
en un ser creador, y de su adecuado inserción al espacio transicional.
Esta experiencia
de los objetos y fenómenos transicionales pertenecen aún al reino de la
ilusión, pero permitirán el inicio del bebé en la experiencia. “La zona
intermedia de experiencia, no discutida respecto de su pertenencia a una
realidad interna o exterior (compartida), constituye la mayor parte de la
experiencia del bebé, y se conserva a lo largo de la vida en las intensas
experiencias que corresponde a las artes y la religión, a la vida imaginativa y
a la labor científica creadora” (Winnicott, 1953, p.32).
Es en el espacio
transicional es donde se desarrollan los fenómenos culturales (dentro de los
cuales ubicamos a la danza.) Lo interesante entonces es que donde se situa la
experiencia cultural, corresponde a un espacio potencial que existe
entre el individuo y el ambiente, espacio análogo al juego. La
experiencia cultural comienza con el vivir creador cuya primera experiencia es
el juego (Winnicott, 1967b). “En circunstancias favorables (las que ya
describimos referidas principalmente a la madre lo bastantemente buena) el
espacio potencial se llena de los productos de la imaginación creadora del
bebé. En las desfavorables, falta o es más o menos incierto el uso creador de
los objetos” (Winnicott, 1967b, pp.137).
Con respecto a
estas teorizaciones surgen distintas interrogantes referidas a la experiencia
dancística. ¿Qué tiene que ver la mirada con la creación en la danza? ¿Cómo se
manifiesta este espacio denominado transicional? ¿De qué manera se presenta
esta relación entre el otro (madre) y el uno (bebé) en relación a la
corporalidad? Son algunas de las preguntas a las que daremos cabida en el
siguiente apartado.
Danza y experiencia subjetiva.
“Hay situaciones, por supuesto,
que te dejan totalmente sin habla.
Todo lo que puedes hacer es
indirecta alusión a las cosas.
(...) no puedo hacer más que evocar.”
Pina Bausch, en “Pina”.
A partir de los
elementos y las conceptualizaciones presentadas anteriormente, intentaremos
observar el fenómeno de la danza - contenido en la experiencia de bailarinas
mexicanas entrevistadas por Baz, y en los testimonios de los miembros de la
compañía Tanztheater de Wuppertal Pina Bausch - a partir de la lógica
Winnicottiana, en conversación con algunos planteamientos de Baz.
La danza tiene
una maravillosa cualidad, como dice Pina: la de evocación. Quién ha bailado, o
quien se ha comprometido con el acto de un bailarín, sabe que lo que se está
viviendo es sumamente complejo. De alguna forma, el ser espectador requiere de
una disposición completa a la lectura del otro, a leer la metáfora del otro,
no para descifrarla sino para vivirla con él.
Baz (1996) dibuja
la idea de que la danza tiene como requisito poner algo en movimiento -no
solo el cuerpo en términos materiales - apelando al ejercicio de remover
ciertos aspectos de la subjetividad para actualizar un vínculo. En sus propias
palabras: “La actividad dancística actualiza permanentemente el vínculo con
ese cuerpo subjetivo - que es testimonio o síntesis del diálogo intersubjetivo
que fundó al sujeto - tanto como evoca y desarrolla la experiencia de la corporeidad,
proceso multidimensional por experiencia”. (Baz, 1996, p.215). Desde
Winnicott podríamos aventurar que hay algo que se juega en la primera infancia
que marca dicha subjetividad y sus posibilidades, que la define. La
diferencia que introduce con otros autores es que para la vivencia de ese
cuerpo subjetivo como propio, y la actualización de un vínculo dialogante, es
requisito la adecuada función de maternaje, la madre “suficientemente buena”,
que es capaz de sostener y de delimitar el camino hacia la inscripción, y hacia
el reconocimiento de la materialidad objetiva.
En ese sentido,
al momento de la interpretación, sería imprescindible no solo el movimiento del
bailarín, sino también la capacidad del
observador para movilizar sus propias vivencias, activar su experiencia
fundante para poder volver a ese estado de vulneración, de involucramiento.
Digamos que si alguien no fue visto, en términos Winnicottianos, es difícil
que pueda ver al otro.
La mirada de las
bailarinas
Una de las
características comunes que aparece en la experiencia de las bailarinas que
cita Baz, es el deseo de ser visto, una necesidad imperiosa de ser ad-miradas,
como dirá la autora: “En efecto en el horizonte de este discurso aparece una
invocación del otro, es decir, una aspiración a con-mover, a hacer sentir, una
necesidad de expresarse, de provocar el deseo, ser reconocida y ad-mirada” (Baz,
1996, pp.185). Como se puede apreciar además de esta necesidad de ser vistas
por el otro también existe una demanda del orden del cuerpo, al querer hacer
sentir, al querer provocar el deseo. Es como si la intérprete de la
pieza quisiera provocar en el sujeto espectador la emoción que ella está
sintiendo en ese momento específico de la creación; como si, al igual que
mencionábamos anteriormente, buscase como el bebé en el rostro de la madre, su
propia existencia en el público. Esta mirada no es solo perceptiva, es más bien un
vínculo, un lazo, tiene un contenido particular.
Agregándole a
esta misma idea otros elementos, Baz va a señalar que en la experiencia de la
danza existe una “predisposición para armar vínculos transferenciales de
carácter primario -que suponen idealización, dependencia afectiva, cierto grado
de sometimiento- buscando incesantemente una mirada deseante que sostenga y
confirme” (Baz, 1996, pp.217).
En la danza, la
bailarina baila para otro (el sujeto-espectador), que, aún siendo otro, no
tiene un rostro definido. No baila mirando a alguien en particular. En el
momento de la experiencia dancística algo se está construyendo en la relación
con el espectador, relación de emocionalidad compartida. Esto refiere a un
aspecto que nos parece fundamental: es imposible pensar la experiencia
dancística en términos binarios, como si sujeto-espectador y bailarín
estuvieran separados, más bien, es un nexo constante, y por esa misma
interrelación es que la experiencia dancística tiene un lugar especial. El
bailarín no puede sino ser, sólo a partir de la mirada del otro.
Como plantea
Winnicott lo que se desarrolla en la danza tiene que ver con lo que ocurre en
el espacio transicional, referido al espacio que existe entre lo interno y lo
externo. Desde este punto de vista la danza refleja este camino, camino desde
el sujeto al otro. Y Winnicott (1953) introduce una especificidad, lo que hay
es una espacio donde no existe el conflicto.
Esto se puede evidenciar en la experiencia de la danza, ya que las
bailarinas señalan “una vez que estoy en el escenario me olvido de todo”. Como
algo espontáneo, libre, como un juego. Por un instante, la capacidad creadora
entrará en su momento más sublime, no existen ya preocupaciones referidas al
cuerpo, a la mirada, hay una producción, una creación conjunta encarnada en el
cuerpo (el cuerpo que danza). Por eso también es requisito que el otro (sujeto-espectador)
sienta aquello que la bailarina siente en ese instante, o que comunica en ese
instante. Por esto es importante la interpretación, porque hay una
emocionalidad que es de otro orden, no tiene que ver con la perfección de la
técnica, ni con el dominio exacto de los sentimientos. Es más bien el flujo, la
expresión misma que se manifiesta en la danza.
Nos parece
interesante introducir también, como la mirada del otro que se involucra en la
creación, pareciera ser que tiene algo del orden del ideal. El tema del
ideal está mucho más trabajado en Freud, y posteriormente en Lacan, que en
Winnicott, que lo explica principalmente a partir de una relación temprana,
ilusoria. Pero de todas formas quisimos exponer algunos pasajes, para
discutirlos, reafirmando que no nos interesa dar una “explicación” a lo que
sucede en los bailarines.
En el documental
de Wim Wenders sobre Pina Bausch, lo que sucede es que varios artistas de la
compañía de la bailarina dan su testimonio, su opinión sobre ella. Justamente lo
que nos llamó la atención es como hablaban de Pina, y cuánto resaltan la
importancia, literal, de su mirada.
En uno de los
casos una bailarina señala que al momento en que Pina daba las correcciones
ella se escondía, porque le infundía mucho respeto. Cierta vez ella se acerca y le señala “Ditta, ¿Por qué me tienes tanto miedo? Yo no he hecho nada”
(Wenders, 2011) en ese momento Ditta
comenzó a dejar de lado su timidez.
Podríamos decir
que aquí se actualiza de cierta manera la función de maternaje, en la
contención que es capaz de dar la maestra, al
señalar amablemente, “por qué te escondes de mí” . Está ejerciendo la
función de sostén, tranquilizando, está dibujando el límite posible para su
alumna. Esto, posteriormente permite que el proceso creativo se desarrolle en
plenitud. Cuando Pina introduce su interrogación, da el paso para que se
estructure la relación y se produzca el espacio transicional, donde mirada (del
ideal, de Pina) y sujeto (su alumna) puedan estar en armonía y se pueda
establecer el vínculo necesario para todo proceso creativo.
Otros alumnos
refieren “los ojos de Pina cambian todo
lo que hacemos, lo transforma en algo mucho más bello” (Wenders, 2011). Aquí se puede denotar una mirada que
está más internalizada, como si la mirada del ideal estuviera presente en el
mismo proceso creativo de la danza, y no sólo eso, sino que es a partir de esa
mirada que la experiencia dancística se transforma en una manifestación
sublime, como señala la alumna, “es algo mucho más bello”.
Otra de sus
alumnas refiere “Pina era tan hermosa de mirar cuando nos miraba.
En los ensayos yo a menudo miraba por encima, para verla sentada tras su
escritorio, mirándonos cada día. Viviendo cada momento con los bailarines, a veces como una pequeña niña, llena de todas
las emociones que estábamos teniendo”. (Wenders, 2011) Se da un juego de
miradas, un encuentro, hay un goce en la interacción entre la mirada idealizada
y la mirada de quien es idealizado.
Es un ideal que
de todas maneras, y esto atraviesa los testimonios, implica sacrificios,
implica batallar para hacer calzar ese ideal con la representación que se tiene
del propio cuerpo en el momento que se danza.
Con respecto a
esto Baz va a señalar “Por ello, la mirada es una metáfora de las preguntas
que nos hacemos con respecto a la propia existencia, preguntas que implican un
interlocutor y un tercero. Es decir, estar muy involucrado -subjetivamente
hablando- en la dinámica especular (mirar, mirarse y depender de la mirada del
otro)...” (Baz, 1996, pp.219).
En su estudio,
las bailarinas a las cuales entrevistas hacen mucha referencia al deseo de ser
vistas “quiero que me miren”, “cuando estoy en el escenario me gusta que me
miren 60, 600 personas” como si la condición de ser estuviera atravesada
por esta mirada.
Cuerpo: ofrenda
del alma
No todo es
armonía en la danza. La palabra que mencionábamos antes, “batalla”, nos puede
ayudar un poco a entender el proceso del
bailarín. Es como si en él se concentrasen todas las vicisitudes de una realidad ambigua,
cambiante, a la vez que se van produciendo los eternos ideales platónicos de
trascendencia. En la danza se conjugan los deseados niveles de perfección, con el desmoronamiento irremediable del que
hablaba Nietzsche. El ser humano se
debilita, se afea, se desgasta a cada
momento, y por esto es inevitablemente enjuiciado. Para bien o para mal, cumple
un rol de mediador entre la divinización
y lo humano.
Las bailarinas de
Baz le permiten pensar en sus aspiraciones como “dominantes”, bailarines
dominando la técnica, bailarines dominando su propio cuerpo. (Baz, 1996) Lo
extraño es entonces como esos meses, esos años de entrenamientos y
perfectibilidad técnica pueden encontrarse con lo espontáneo, con lo natural,
con la creación propia. Creemos que si el bailarín no es capaz de apropiarse de
su acto, si no recurre en aquel momento a una emocionalidad conflictiva, la
relación genuina del vínculo con el espectador, con sus compañeros, con la realidad, se perderá:
será como un espacio vacío. Pero
indudablemente es requisito un grado de dominio, un cierto autocontrol
que permita encauzar la pulsión, canalizar la energía en una imagen, en una
experiencia deseable.
Como dice Baz,
dominar el cuerpo es llevarlo a un nivel de arrogancia, es vencerlo,
para ser “la que salte más alto”, “el que se mueva más rápido”. Hay un poder,
una dirección de la acción hacia el lugar deseado, y una dirección al cuerpo
para responder en todo momento.
Las bailarinas no
comen. No duermen. Le dicen a Baz: “me dediqué... a aprenderme las coreografías,
a ensayar, no dormía, no comía...” “baje de peso porque, bueno, deje de comer
porque no tenía ni tiempo, ni ganas, estaba dedicada a aprender” (Baz, 1996)
Pensar el cuerpo
de esta forma, pensar el sacrificio de la danza es lo que nos exige pensar el
tema desde otra arista, distinta a la Winnicottiana. Porque quizá esos
esfuerzos culminan en un momento espontáneo, o dependen de una “experiencia
adecuada” para poder ser vivenciados. Pero tienen un largo camino conflictivo
de narcisismo y subversión, de placer y displacer, de construcción
psíquico-social, que es algo que no puede ser entendido unívocamente
Reflexiones
finales
Expresar por
medio de palabras lo que implica bailar,
no tiene ningún sentido. Solo ver el documental acerca de Bausch – considerando
la distancia condensada en la experiencia cinematográfica – fue para nosotros
una reedición de aquellas otras profundas vivencias, aquellas que tuvimos en el
pasado, o seguimos teniendo, con la danza.
El documental nos
recuerda, y ni siquiera en toda su dimensión, que por mucho que uno busque
explicar con minuciosidad los elementos que se presentan bailando, hay algo que
siempre falta, un excedente, algo que es de otro orden, y es imposible de ser explicitado. Eso tiene que ver con la experiencia, la
experiencia que es única, pero también tiene que ver con el con la
irrepresentabilidad del arte. Arte de la evocación, no de la correspondencia.
Queríamos
simplemente cerrar dándole un lugar especial a la danza, celebrando la ofrenda
del cuerpo mítico, omnipotente, que emociona; destacando la emocionalidad dispuesta,
puesta hacia el otro. La perfección inédita que sin embargo tiene infinita
humanidad.
El agradecimiento
de nosotros hacia y por la danza, y el
sentimiento de admiración, es por la capacidad de compartir experiencia de
deseo, es poner en acto colectivo una subjetividad trascendente.
Lo que le da
sentido a la danza entonces, como dice una bailarina en el documental, está
graficado en la pregunta que les hacía Pina,
“¿Qué anhelan”, “¿Qué desean”. No le interesaba tanto el cómo bailaban
sus bailarines, sino qué los movía. No
la técnica perfecta. No la observación ascética, pura. La relevancia de ponerse
completamente en la relación, para evocar algo íntimo con el otro.
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