ébano
De pie. Las puntas de los dedos mirando hacia el suelo, desprevenidas, libres de la presión forzosa del resto del organismo de Frida, del resto de Frida, de sus brazos, su torso delgado, sus ojos y su pelo. El pelo bien tomado arriba de su cabeza, asfixiado por la fuerza del tomate, inmaculado producto de la extrema rigidez que llegaba hasta sus rasgos oníricos y que teñía de seriedad una belleza que solía ser irreverente. En ese minuto se veía hermosa, titánica - en palabras del propio Luciano - o como diría Nestor, perfecta. Y Dalia, Dalia nada, de Dalia obtendría un silencio, qué más podía pedirle. A su madre, en cambio, si estuviera viva le exigiría que le cantase una canción, o una oda. Si volviera y la viniera a ver bailar, cuando dejase de admirar fijamente el podio donde estaría instalada con sus premios, todos sus premios, le rogaría que le recitase alguna oda distinta a la oda a la ce...